El Puig de sa Morisca se sitúa en una colina de 120 m de altura, ubicada cerca de la Playa de Santa Ponça. La configuración geográfica del lugar y su clara referencia visual desde el mar facilitó el establecimiento de comunidades en ese territorio a partir del Bronce Final.
Inicialmente, este yacimiento estuvo estrechamente ligado a la costa y a los contactos e intercambios con otras poblaciones isleñas o continentales. Esta marcada relación con el mar fue una de sus características a lo largo de todas las fases de ocupación.
La ocupación en épocas posteriores en el Puig de sa Morisca ha enmascarado posibles elementos constructivos del Bronce Final. Sin embargo, existen algun
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El Puig de sa Morisca se sitúa en una colina de 120 m de altura, ubicada cerca de la Playa de Santa Ponça. La configuración geográfica del lugar y su clara referencia visual desde el mar facilitó el establecimiento de comunidades en ese territorio a partir del Bronce Final.
Inicialmente, este yacimiento estuvo estrechamente ligado a la costa y a los contactos e intercambios con otras poblaciones isleñas o continentales. Esta marcada relación con el mar fue una de sus características a lo largo de todas las fases de ocupación.
La ocupación en épocas posteriores en el Puig de sa Morisca ha enmascarado posibles elementos constructivos del Bronce Final. Sin embargo, existen algunos indicios para situar el inicio de la ocupación del yacimiento en este periodo, como son los materiales cerámicos y estructuras que cierran la colina y que se han podido datar en torno al 1300-800 AC.
La primera fase del yacimiento debe relacionarse con la existencia de una red de asentamientos costeros que facilitaban la navegación de cabotaje, es decir cerca de la costa y de cabo a cabo, a lo largo de todo el archipiélago y en la que el Puig de sa Morisca se configuraba como uno de los referentes para la navegación de la costa suroeste de Mallorca.
La segunda fase se inicia con la Cultura Talayótica, en los primeros momentos de la Edad del Hierro (900/800 AC), cuando se empezó a fortificar la colina, construyéndose un turriforme circular (Torre III) en la cima de la misma. En este momento se estableció la ocupación permanente del enclave, iniciándose la construcción del poblado, que se consolidó en los siglos posteriores.
La zona de hábitat del Puig de sa Morisca aprovecha una vaguada, delimitada al este y oeste por dos cumbres no muy elevadas pero agrestes, con laderas muy escarpadas que, en su mayor parte, constituyen paredes verticales de roca. El espacio entre ambas cumbres fue cerrado por dos lienzos de muralla, uno al oeste y otro al este. Se ha documentado una torre o bastión de defensa adosado a la muralla oeste (Torre V).
Las evidencias más claras de la ocupación talayótica proceden de la excavación de la Torre III, donde se localizaron materiales cerámicos talayóticos y una estructura de combustión. En el interior de esta torre también se documentó una torre de época contemporánea, embutida en el paramento interno, lo que afectó al interior de la construcción, aunque algunos elementos estructurales se conservaron o pudieron ser restituidos, como por ejemplo una pilastra poli-lítica y varios tambores de columnas que habían quedado poco afectados.
El yacimiento está orientado hacia la costa y también centraliza visualmente el dominio de áreas interiores, especialmente la zona de Son Ferrer/Magaluf y Son Bugadelles. El control de estas zonas de influencia se fortaleció mediante la creación de una serie de redes visuales con múltiples yacimientos secundarios interconectados entre sí, como el Talayot de Son Miralles, el Túmulo de Son Ferrer, Ses Rotes Velles, el Puig de sa Celleta, Sa Barraca de l’Amo, etc.
El poblado del Puig de sa Morisca se sitúa en un lugar con una amplia visibilidad de todas las vertientes que le rodean, tanto las que se dirigen a tierra firme, como a la costa. Posiblemente, la creación de todo este complejo arquitectónico en el promontorio del Puig de sa Morisca está estrechamente relacionado con el control de la bahía de Santa Ponça. Este aspecto permite diferenciarlo de la mayoría de poblados talayóticos, que suelen ubicarse a más de 1 km de la costa. Resulta evidente que el poblado tuvo un importante papel en los contactos con el exterior desde su fundación, vinculándose preferentemente con el mundo fenicio-púnico y, esencialmente, con Ebusus.
Durante gran parte del Postalayótico, el poblado del Puig de sa Morisca continuó teniendo primordial importancia a la hora de organizar y centralizar el territorio circundante. Los cambios que se sucedieron durante este periodo fueron importantes y afectaron claramente al entramado arquitectónico de la época talayótica. Se ha constatado que a mediados del siglo V AC se intensificó la fortificación de la colina, con la construcción de tres torres y algunos tramos amurallados. En especial, cabe destacar la Torre I, que quedó integrada dentro de la muralla que actualmente cierra parte de la ladera. Las excavaciones realizadas en ella han podido documentar una triple división interna, con la localización de un almacén de ánforas, un ámbito donde se guardaban restos de clavos de bronce reutilizados y un espacio mixto, con una estructura de combustión. A finales del siglo IV, esta torre se abandonó y no volvió a ser utilizada en época posterior.
Por otra parte, la excavación de los niveles más superficiales del poblado ha proporcionado indicios de una ocupación tardía durante el siglo II-I AC. A lo largo del siglo III, las murallas habían perdido su función defensiva, mientras que los asentamientos de hábitat experimentaron importantes cambios, entre los que destaca una ampliación del poblado, con el establecimiento de unidades domésticas fuera del recinto amurallado.
La importancia de este yacimiento en relación a los contactos con el exterior se evidencia claramente en los hallazgos materiales documentados. Las investigaciones realizadas muestran que este asentamiento prehistórico posee una de las concentraciones de materiales cerámicos importados más importantes de Mallorca, especialmente en lo que se refiere a los primeros momentos de contacto con el mundo púnico. Todos los datos apuntan a que actuaría como centro redistribuidor hacia otros asentamientos postalayóticos del interior del término.
El cambio de era parece marcar el fin de la ocupación de este yacimiento, que no volverá a ser habitado hasta la fase almohade, durante la época islámica de Mallorca.
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